top of page

Blog & Posts

Foto del escritorUltraVioleta

Por: Esther Armenta León.- (Estudiante de Periodismo)

Cuando te quedan 18 horas para seguir respirando, basta con traer 500 pesos, la mujer a quien amas y tu hija para dejarlo todo. Edgar inició su viaje la mañana en que su puerta fue marcada con el número que representa a una de las bandas que controlan las calles  de Honduras: la 18. “Scrapie”, como le llaman en su aldea, salió el año pasado de su natal Puerto Cortés, “una playa blanca de lado a lado“, forzado a cambiar sus sembradíos de café, ya quemados por los maras, por un sueño: el americano.

“Dios es mi guía, si él me da la mano no tengo miedo a la muerte”, dice Edgar con seguridad, porque para uno de los tantos hondureños que huyen de la pobreza y la violencia en su país, encontrarse con la muerte en el camino no sería una sorpresa. Sus palabras duras, fluidas y directas tienen la fuerza de la bestia que se ha tragado a más de cinco integrantes de su familia, entre ellos su  abuelo, a quien llama “mi negrito”, primos y tíos. Sus palabras tienen la condena de la muerte, como la tienen las vías del tren.

 El gobierno hondureño sabe por qué decenas de familias huyen de su territorio. Narcotráfico, pobreza, violencia y la falsa percepción de que si una familia llega con un menor a Estados Unidos no será deportada son los principales móviles del éxodo rumbo a la unión americana, así quedó en los registros de la Conferencia Internacional sobre Migración, Niñez y Familia, realizada en Tegucigalpa en 2014 y de la que el presidente Juan Orlando Hernández fue anfitrión.


En dicho evento, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Panamá también se comprometieron a “erradicar la emergencia de seguridad” causada por el crimen organizado y a generar mejores oportunidades de vida para niños y jóvenes, “el activo más importante de un país”.


 Para el año 2015 casi siete millones de  centroamericanos vivían en Estados Unidos, el 85% eran del “Triángulo Norte” -formado por El Salvador, Guatemala y Honduras-, según el informe Inmigrantes Centroamericanos en los Estados Unidos del Migration Policity Institute. Edgar y su familia esperaban ser uno de ellos,  pero el sueño solo llegó a las calles de California y a dos semanas de su arribo fueron deportados. “Los voy a mandar a México“, fue la amenaza del oficial de migración, cuando su deber era enviarlos de regreso a su país. Sin importarle, éste la cumplió: Edgar, su esposa y su hija de entonces un año fueron enviados a Sahuayo, Michoacán por un agente migratorio. Vestida de asaltos, la delincuencia de la que huían los alcanzó en Sahuayo, solo que esta vez no tenían techo para refugiarse.


Los tenis marca Jordan color rojo que tenía puestos cuando salió de Honduras fueron hurtados por un policía en México. En su lugar unos tenis descoloridos por el sol y rotos por el caminar de sus pies le dan protección a Edgar cuando pasa las horas en los topes, cuando la velocidad de los automóviles disminuye de 40 a 10 kilómetros por hora, y entonces aprovecha para pedir un par de monedas.

“Yo no quisiera estar en los topes, ¿crees que lo quisiera?”, pregunta con el ceño fruncido. Calla y agrega “allá hay trabajo pero no comida, por eso estoy acá”.

18 veces les han despojado de su dinero, comida y ropa desde que iniciaron su viaje, entre los robos de policías municipales y los pagos a la delincuencia organizada para poder cruzar “su territorio”. Edgar y su familia no han podido iniciar una nueva vida.


“Si el desierto hablara diría tantas cosas”, dice, y seguido de aquellas palabras recuerda a sus 40 compañeros de tren desaparecidos a lo largo del viaje: saqueados, torturados, secuestrados, devorados por el crimen al norte del país, golpeados por el silencio del miedo, consumidos por los golpes del narcotráfico, por la mafia de los poderosos, saqueados, torturados y secuestrados. Al fin, desaparecidos.


 El asfalto arde como hacen sus recuerdos. No hay sombra, solo una línea amarilla que divide los carriles y un hombre parado en el centro de la carretera. Es Edgar recolectando monedas para sacar el día. Su esposa y su hija lo esperan a las afueras de un centro comercial en Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco, a unos mil 700 kilómetros en línea recta de su casa en Puerto Cortés. Fueron sus piernas las que los trajeron a este municipio.


“Hacés cuatro días de Sahuayo a Zapotiltic, luego dos horas a Huescapala y dos más acá. ¡Fuuun! -exclama al mover sus manos que simulan velocidad mientras el resto de su cuerpo permanece quieto- Caminás por la noche sin parar“.  A diferencia de otros indocumentados ellos no se equivocaron de tren, llegaron aquí por la cercanía a Sahuayo, Michoacán.

  “A partir de la delincuencia que se vive en el Golfo de México, -los migrantes- toman el tren del Pacífico, llegan a Guadalajara y se equivocan:  toman el que va hacia Manzanillo pensando que van al norte. Por eso llegan a esta ciudad”, explica Julián Hernández Crisanto, Jefe de proyectos y atención a la población en condiciones de emergencia del municipio.

En los últimos años los semáforos, cruceros y calles de Ciudad Guzmán han sido ocupados por personas que con mochila en la espalda y el sol incrustado en el rostro piden un par de monedas para sacar el día. “El 90% de los inmigrantes es internacional, el 10% son personas mexicanas que vienen de Oaxaca, Guanajuato, Michoacán y otros estados“ asegura Hernández Crisanto, trabajador del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).


De acuerdo a la declaración del funcionario del DIF, la ciudad conocida por ser la cuna de Clemente Orozco, Consuelo Velázquez y Juan José Arreola es un pueblo bondadoso que recibe con los brazos abiertos a personas foráneas, sin embargo y por cuestiones burocráticas, la posibilidad de brindar empleo a inmigrantes es casi inexistente.


 Saber quién se encarga de registrar la cantidad de inmigrantes, las estrategias para proteger sus derechos migratorios y acudir a asesorías, es un reto en Ciudad Guzmán. No hay respuesta a lo anterior, como “no hay institución que haya levantado la bandera para proteger a los inmigrantes (…) Lo que ayuda es la participación e interés de la gente”, puntualiza Hernández Crisanto.

“Al pisar tierra mexicana, todo individuo se hace acreedor de los derechos nacionales sin importar su origen”, sostiene el visitador adjunto de la Comisión Estatal de Derechos Humanos Jalisco (CEDHJ) en Ciudad Guzmán, Noé Contreras Zepeda, quien no define con exactitud cuál es la situación de los derechos humanos de los inmigrantes que llegan a la ciudad. El funcionario público dice que la Comisión puede darles asesoría jurídica, pero declara que la competencia le corresponde al Instituto Nacional de Migración.

 A sus 27 años, su cuerpo reconoce el frío de la calle, frío que pronto se cobija por el calor de la inseguridad. Edgar no duerme, no descansa. Está siempre alerta, velando en la calle, con hacha en mano, el sueño de su mujer y su hija. A veces logran reunir dinero y se hospedan en hotel. La habitación se convierte en santuario de desvelos causados por el mañana.


 Cansado de pagar impuesto a los maras, decidió huir, dejar atrás las amenazas, el 18 en su puerta, los saqueos y la inseguridad. Hoy también está cansado, quiere huir, pero no sabe a dónde. La violencia lo viene persiguiendo. Aquí en Ciudad Guzmán la vivió con palabras, con rechazo al hospedaje en los hoteles, la negación de un litro de leche en el DIF y  el cobro de cinco mil pesos que -dice- le hizo el presidente municipal para otorgarle una licencia de  trabajo. “¿De dónde saco los 5 mil, ah? En Veracruz nos cobraban 2 mil por unas actas falsas… No lo hicimos“.

Que vida de perro” repite una y otra vez ahora que cae la noche y toma un respiro. “Cuando estuve en Sahuayo, yo ya esperaba estar en una de esas a las que llaman fosas”, dice Edgar al recordar los cinco días que pasó en el monte después de que unos policías municipales de ese lugar lo golpearon y se lo llevaron. “Me agarraron mala idea”, cree. Se detiene y no dice más.

Después de un momento se le viene a la mente el rostro confundido de una señora que lo miraba cuando lo sometían para subirlo a la patrulla. Ese ceño le hace pensar que no sólo los desiertos deberían hablar.



8 visualizaciones0 comentarios

Por: Omar E. Núñez - Periodista y fotógrafo.-



La libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales que todo ser humano debe poseer y ejercer con completa libertad. Marcado bajo las primeras discusiones acerca de estas garantías, hace dos siglos atrás, en 1798, con la Declaración del Hombre y del Ciudadano, para ser exactos, es que comienza a consagrarse este derecho como pilar de una democracia socialmente funcional. Tiempo más tarde, en diciembre de 1948 se establece bajo el Artículo 19º en la Declaración de los Derechos Humanos lo siguiente:

“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirla, sin limitaciones de fronteras por cualquier medios de expresión"

Muchos otros instrumentos internacionales, cómo el Pacto San José, o la Organización de Estados Americanos (OEA), establecieron no solo que el derecho a la libre expresión debía ser y manifestarse en cada uno de los pobladores de las sociedades modernas, sino que éste constaba de una segunda esfera que se valía de la necesidad de todo individuo a la réplica y la recepción de opiniones, así como al libre acceso a toda información de su interés.


En México, la libertad de prensa, inspirada con anterioridad en el Decreto sobre la Libertad Política de la Imprenta, de Fernando VII, en la isla de León en 1810, vio sus orígenes en el Derecho Constitucional para la América Mexicana, redactada en Apatzingán el 22 de octubre de 1814, en donde bajo el Artículo 40º se estipulaba que:

“ La libertad de hablar, de discutir y de manifestar sus opiniones por medio de la imprenta, no debe prohibirse a ningún ciudadano, a menos que en sus producciones ataque al dogma, turbe la tranquilidad pública u ofenda el honor de los ciudadanos…”

A su vez y diez años más tarde, la Constitución Política Federal del 4 de octubre de 1824 instituye, bajo los artículos 50 y 161, la libertad de imprenta y ordena al congreso “proteger y arreglar la libertad política de imprenta, de modo que jamás se pueda suspender su ejercicio y mucho menos abolirse en ninguno de los estados ni territorios de la federación” Por su parte la Constitución Centralista de 1836 (Las Siete leyes), en su Primera Ley, Artículo 2º fracción VII establecía:

“son derechos del mexicano, el poder imprimir y circular, sin necesidad de previa censura, sus ideas políticas. Por los abusos de este derecho se castigará a cualquiera que sea culpable de ellos, y así en esto como en todo lo demás, quedan estos en la clase de delitos comunes, pero con respecto a las penas, los jueces no podrán excederse de Las que imponen las leyes de imprenta.”

Sin embargo no fue sino hasta los debates del Congreso Constituyente de 1856-1857 cuando el tema de la libertad de prensa pasa a tomar relevancia verdaderamente significativa en el panorama social. Así pues la libertad de imprenta se establece en la constitución de 1857 bajo el Artículo 7º.


A pesar de todos estos actos en defensa de un periodismo realmente funcional en nuestra sociedad, México se ha visto envuelto en conflictos de intereses y ataques a los medios de comunicación masivos en los que la libertad de prensa resulta más un derecho antagónico entre estado y sociedad que un reconciliador y hacedor de avances sociales y culturales por exigencia social; pareciera más un enemigo público que un bien el cual tuviese que maximizarse y compartir a la accesibilidad general.


La libertad de prensa confluye en una garantía de la cual no se puede separar la diversidad cultural y el nivel educacional de los habitantes de una comunidad, la regulación de que es lo que se debe publicar y la selección de cada uno de los contenidos se debe dar en un marco de diversidad cultural e idiosincrasia nacional, además que debe buscar ser dentro de un marco legislativo en el que se reconozca ampliamente el cambiante contexto de la sociedad pues así impulsaríamos la publicación de contenidos eyectores de nuevas corrientes y pensamientos populares. Se debe también rescatar la idea de que el Estado necesita participar dentro de la obligación de educar a sus ciudadanos en la comprensión e interpretación de los contenidos e informaciones que se dan día con día en los medios. Esto para evitar que los informados caigan en un desapego cultural e informacional que cuarte la eficacia de la libertad de prensa, así como también el hecho de dotar al ciudadano y a las sociedades de la nación de una libertad de prensa y expresión superior a otras, fomentando la informada, educada y libre participación ciudadana bajo una esfera de colaboración productiva.


Es por efecto sabido que una libertad de expresión debidamente protegida y ejercida de manera inteligente y responsable deducen en una comunidad con altas expectativas de evolución social. En un ejemplo palpable vemos a Canadá, un país socialmente y económicamente estable en donde la libertad de prensa es una de las más protegidas a nivel mundial, obteniendo una calificación de nueve puntos sobre diez bajo el tema de la libertad de prensa que se ejerce en el mundo. En cuanto a México, si es que en este momento decidiéramos someterlo bajo este mismo rigor evaluativo obtendríamos hasta el 2014 un promedio alarmante de 6.1; otorgando un panorama desolador al periodismo mexicano en el que, actualmente, se agrede a la libertad de prensa cada doscientas sesenta y cuatro horas.


Panoramas como este nos hacen pensar en la imposibilidad de un periodismo realmente independiente al menos en nuestro país, y es que cuando los periodistas y medios de comunicación viven bajo el yugo de un sistema autoritario en el que en la última década se han asesinado a más de 80 periodistas y desaparecido a más de 15, el deber de informas se convierte en una actividad de altísimo riesgo; sembrando miedo, desesperanza y hartazgo en cada uno de los comunicadores. Y es que no solo el crimen organizado ha sido participe de estos ataques sino que en muchas otras ocasiones, las entidades gubernamentales han sido las principales oficiadoras de cientos de campañas de odio y atentados hacia medios impresos, de radio y televisivos que han publicado contenidos “incomodos” a sus intereses propiamente individuales. Tal es el caso ocurrido a inicios del año 2013, en San Luis Potosí, en donde varios periodistas del diario Pulso fueron víctimas de una “campaña de odio anónimo” en las redes sociales, atribuida al Gobierno del Estado, tras la publicación de textos “incómodos” para el gobierno.


El plano de justicia hacia estas agresiones cometidas en contra de uno de los pilares más importantes para la democratización de un país, no está del todo claro en nuestra sociedad, pues hoy, la impunidad, las instituciones incompetentes y los funcionarios públicos que se deslindan de responsabilidades con la justica social, son varios de los principales obstáculos para la pronta y justa sanción de estos atropellos.


De el Poder de la Prensa y los Favores

El poder de la prensa no solamente es conocido por los que la ejercen sino, por todos los organismos con intereses privados y públicos que han optado por ver al periodismo como un negocio y bajo su propio beneficio, con el fin de crear una imagen pública favorable de sus objetivos ante las masas. En México, tanto el gobierno como el crimen organizado se han convertido en dos de los factores fundamentales en la dirección del país y es de esperarse que en medio de estos dos protagonistas cada vez más violentos, los periodistas y medios de comunicación se vean afectados y agredidos ante el descontento de alguno de ellos de lo que se publique.


En el sistema coludido y corrupto en el que se sumerge la sociedad mexicana hoy en día es visible la existencia de medios de comunicación alcanzados por este régimen autoritarita, medios que han optado por pasar del servicio público al servicio mezquino de los intereses privados, ya sea por cuestiones económicas, de influencia o favoritismos y compañerismos delictivos en pro de un negocio sucio que afecta à la audiencia y beneficia estricta y únicamente a los bolsillos de los involucrado. Denunciar estas prácticas, también dentro del ejercer periodístico debe ser una tarea de obligación para el periodista responsable.

El periodista es uno de los principales eslabones para el desarrollo social y no estar consciente de eso es casi tan grave como ignorar el alcance de sus palabras al momento de publicar.


El periodismo no solo cambia vidas de manera individual sino que su fuerza es tal que es capaz de cambiar la historia a puntos de los que no se tenía imaginación alguna.

El poder del periodismo no tiene otro origen más allá de la cantidad de información que maneja en su andar profesional y ahora en estos tiempos el dominio de las masas está en los organismos mejor informados y con capacidades de conocer el mundo que los rodea.


De sentimientos e intereses.

Informar desde una perspectiva objetiva ha sido uno de los principales tópicos de discusión en los debates del gremio periodístico y es que a pesar de ser una de las principales cosas que nos enseñan en las escuelas de periodismo, con el tiempo, y la experiencia el profesional de la información va cayendo en cuenta de lo realmente difícil que es llegar a tal nivel de publicación y en casos más realistas que la objetividad como tal es prácticamente imposible de obtener, ya sea por los sentimientos e intereses que el periodista involucre en la búsqueda de sus fuentes como la manera en que estos intervienen al momento de escribir y procesar los datos obtenidos. Todos, pero absolutamente todos tomamos partido hacia alguno de los lados conlfictuados en un hecho noticioso, es indiscutible, humano, pues forma parte de nuestra capacidad reflexiva y empática, sin embargo es deber del periodista intentar aislar lo más posible sus propias percepciones a fin de limpiar la información de opiniones apresuradas que debiliten el entendimiento adecuado de lo que se quiere informar.


Aun así no se debe perder la noción y responsabilidad que el periodista posee sobre la educación de la sociedad a la que informa y es que aun que se necesite informar de manera lo más imparcial posible, también debemos ver al periodismo cómo herramienta guiadora de la opinión pública y claro está que para guiar ha de emitirse una postura y hacer que otros la adopten como suya, entonces ¿Dónde queda la objetividad periodística? ¿Es acaso un concepto utópico del que simplemente se hablara en las aulas o foros internacionales de periodismo? O realmente es alcanzable, y es que pretender alcanzar la objetividad absoluta es casi como querer congelar el instante escurridizo que huye.


El mismo hecho noticioso recibe decenas de tratamientos y percepciones diferentes y contrastadas de tantos periodistas como lo aborden. Algunos teóricos como — apuntan a una despersonalización y mediación totalmente imparcial del hecho noticioso, cayendo en la interrogante acerca de la necesidad de la desaparición del “yo” en el periodista.

Esto podría sonar fácil, sin embargo es todo un reto para el periodista.

Cómo lo había escrito en párrafos anteriores, la intención juega un papel importante en la manera en que tratamos la información, en la forma en que elegimos las fuentes y hasta en la manera en que damos o quitamos protagonismo a un involucrado en nuestra nota periodística.


Las intenciones están siempre ahí, algunas de manera parcial, a la vista de los lectores como es en los artículos de opinión y crónicas periodísticas, y otras de manera implícita, casi como un “se me chispoteó” del periodista del que no siempre es consiente.

La intención que un periodista tenga al informar, aun así no debe verse como un enemigo público del ejercer, al contrario, es el principal artífice para crear productos que sean capaces de llegar más allá de su tarea informativa y así poder ahondar en las profundidades de la reflexión personal y crítica del mundo que nos rodea.

0 visualizaciones0 comentarios
Foto del escritorUltraVioleta

Actualizado: 24 ene 2018

Por Omar E. Núñez.- Periodista y Fotógrafo.-

El accidentado trayecto a Mazamitla comenzó a pintarse de verde como a eso de las ocho y media.  Aquel Domingo, amaneció más temprano, o quizá eso sintieron los que estában con Kumamoto.  Adelante un carro compacto con una calcomanía trasera en la que se leía “Kumamoto, diputado independiente, distrito 10 de Jalisco”, ahí iba Pedro, ahí iban ellos, su comitiva, detrás, con pancartas, cartones y una especie de adorno hecho de papel maché en la cajuela, todo para decir una cosa, se puede hacer política, se puede remplazarles.


Mazamitla los recibió a las nueve y media de la mañana con un típico clima helado y su aroma a pino y arboledas combinado con la madera que rodeaba todo el panorama. Bajaron de los coches, Pedro se adelantó y los demás se dispusieron a acomodar los materiales en la plaza principal. La gente ya los esperaba, al menos eso supieron porque Doña Imelda, ama de casa, los regañó a manera de broma al haber llegado media hora después de lo anunciado. Ellos, la comitiva, los de Pedro, asumieron el regaño entre risas y se excusaron gracias a la carretera en mal estado, que en más de una ocasión les provocó un que otro susto.


La gente comenzó a aglutinarse en el centro de la plaza, algunos curiosos que no se habían enterado de la llegada de Pedro, se pararon a reconocerle, quizá no pudieron creer que estuviera ahí, parado entre un stand improvisado de cartones y papel de china. Quizá se les hizo extraño no haber visto a toda una comitiva regalando cosas y en su lugar se encontraron con jóvenes dispuestos a conversar con la gente y escucharles antes de pedirles.

“Vamos a reemplazarles” era la consigna que se leyó en sus camisetas y pancartas. “Ocuparemos el congreso, ocuparemos el senado” decían convencidos.

Después de haberse instalado, la gente comenzó a salir de misa, Pedro aprovechó, tomó una bocina pequeña y un micrófono y comenzó a hablar con la gente. Los que ahí estaban se detuvieron, escucharon, asentían de apoco. Decenas de personas se acercaban a Pedro Kumamoto y su comitiva y conversaban con Él – “Ya no queremos a esos lacras”, era lo que mayormente se escuchó entre la gente.


Una señora, desconocida en ese momento, no pudo ocultar las lágrimas al escuchar a Pedro Kumamoto; eran lagrimas densas, espesas que llevaban entre sí la frustración de todo un pueblo, el hartazgo, la soledad de su gente ante un gobierno paralítico. Lagrimas densas, si, pesadas, pero que limpiaban las voluntades y dejaban entrever la esperanza y la certidumbre de que, si se puede, de que podían por fin ser dueños de su propio país, de su destino, del hogar donde sus hijos crecían.


Las horas pasaron, recorrieron las principales calles del pueblo. La gente firmaba y en algún momento las manos hicieron falta para atender a todos los firmantes. Las fotos, los halagos y la admiración hacia el primer diputado independiente de Jalisco, no cesaban, y Él, siempre sonriente, aunque con un cansancio ya notorio, accedía a las peticiones. Ya entrada la hora de la comida, regresaron, el sol pegaba con fuerza en aquel rincón del sur del estado.  La comitiva estaba exhausta, sin embargo, no podían decaer, aún faltaban cuatro municipios por recorrer y cientos de historias que encontrarse.


Luego de haber terminado, recogieron sus cosas y partieron hacia Tamazula de Gordiano. Ahí, la historia se repitió; la gente ya los esperaba, las firmas abundaron y los comentarios, fotos y peticiones no se hicieron esperar. El ánimo nunca decayó, quizá esa fue su fortaleza más grande, su juventud, su energía y la capacidad de contagiarla a quien se toparan.


Ahí en Tamazula comieron, se sentaron en una taquería y a la sazón de un buen tronco de pastor, convivieron, no sin antes hacer un recuento de las firmas recabadas; 640, se escuchó al fondo, todos festejaron y Pedro no dejó pasar una extensa felicitación. Luego de 45 minutos, partieron hacia los demás municipios. La tarde cayó rápidamente, Pedro y los demás seguían en su labor a capa y espada. De repente, de entre la multitud, un hombre de edad avanzada se acercó a Pedro Kumamoto y le dijo, cómo entre jadeos y con un nudo que le apretaba la garganta “Viéndolos a ustedes meter las manos al fuego, yo ya estoy listo para lo que sea”. Pedro le estrechó la mano. Sonrió y le agradeció con el rostro blando y una sonrisa que abarcaba todo su rostro. ·No lo vamos a defraudar, le dijo, para luego estrecharle de nuevo la mano e invitarlo a firmar.


Ya para las ocho de la noche regresaban a Guzmán, el recuento final. 750 firmas en una jornada. Un record, decían. A las diez de la noche regresaron al hotel, cenaron y comenzaron a compartir los resultado de su jornada. Para el día siguiente los esperaba de nuevo el Sur, con nuevas voces, cientos de historias y un país que recuperar.


2 visualizaciones0 comentarios
bottom of page