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Van a Reemplazarles

Actualizado: 24 ene 2018

Por Omar E. Núñez.- Periodista y Fotógrafo.-

El accidentado trayecto a Mazamitla comenzó a pintarse de verde como a eso de las ocho y media.  Aquel Domingo, amaneció más temprano, o quizá eso sintieron los que estában con Kumamoto.  Adelante un carro compacto con una calcomanía trasera en la que se leía “Kumamoto, diputado independiente, distrito 10 de Jalisco”, ahí iba Pedro, ahí iban ellos, su comitiva, detrás, con pancartas, cartones y una especie de adorno hecho de papel maché en la cajuela, todo para decir una cosa, se puede hacer política, se puede remplazarles.


Mazamitla los recibió a las nueve y media de la mañana con un típico clima helado y su aroma a pino y arboledas combinado con la madera que rodeaba todo el panorama. Bajaron de los coches, Pedro se adelantó y los demás se dispusieron a acomodar los materiales en la plaza principal. La gente ya los esperaba, al menos eso supieron porque Doña Imelda, ama de casa, los regañó a manera de broma al haber llegado media hora después de lo anunciado. Ellos, la comitiva, los de Pedro, asumieron el regaño entre risas y se excusaron gracias a la carretera en mal estado, que en más de una ocasión les provocó un que otro susto.


La gente comenzó a aglutinarse en el centro de la plaza, algunos curiosos que no se habían enterado de la llegada de Pedro, se pararon a reconocerle, quizá no pudieron creer que estuviera ahí, parado entre un stand improvisado de cartones y papel de china. Quizá se les hizo extraño no haber visto a toda una comitiva regalando cosas y en su lugar se encontraron con jóvenes dispuestos a conversar con la gente y escucharles antes de pedirles.

“Vamos a reemplazarles” era la consigna que se leyó en sus camisetas y pancartas. “Ocuparemos el congreso, ocuparemos el senado” decían convencidos.

Después de haberse instalado, la gente comenzó a salir de misa, Pedro aprovechó, tomó una bocina pequeña y un micrófono y comenzó a hablar con la gente. Los que ahí estaban se detuvieron, escucharon, asentían de apoco. Decenas de personas se acercaban a Pedro Kumamoto y su comitiva y conversaban con Él – “Ya no queremos a esos lacras”, era lo que mayormente se escuchó entre la gente.


Una señora, desconocida en ese momento, no pudo ocultar las lágrimas al escuchar a Pedro Kumamoto; eran lagrimas densas, espesas que llevaban entre sí la frustración de todo un pueblo, el hartazgo, la soledad de su gente ante un gobierno paralítico. Lagrimas densas, si, pesadas, pero que limpiaban las voluntades y dejaban entrever la esperanza y la certidumbre de que, si se puede, de que podían por fin ser dueños de su propio país, de su destino, del hogar donde sus hijos crecían.


Las horas pasaron, recorrieron las principales calles del pueblo. La gente firmaba y en algún momento las manos hicieron falta para atender a todos los firmantes. Las fotos, los halagos y la admiración hacia el primer diputado independiente de Jalisco, no cesaban, y Él, siempre sonriente, aunque con un cansancio ya notorio, accedía a las peticiones. Ya entrada la hora de la comida, regresaron, el sol pegaba con fuerza en aquel rincón del sur del estado.  La comitiva estaba exhausta, sin embargo, no podían decaer, aún faltaban cuatro municipios por recorrer y cientos de historias que encontrarse.


Luego de haber terminado, recogieron sus cosas y partieron hacia Tamazula de Gordiano. Ahí, la historia se repitió; la gente ya los esperaba, las firmas abundaron y los comentarios, fotos y peticiones no se hicieron esperar. El ánimo nunca decayó, quizá esa fue su fortaleza más grande, su juventud, su energía y la capacidad de contagiarla a quien se toparan.


Ahí en Tamazula comieron, se sentaron en una taquería y a la sazón de un buen tronco de pastor, convivieron, no sin antes hacer un recuento de las firmas recabadas; 640, se escuchó al fondo, todos festejaron y Pedro no dejó pasar una extensa felicitación. Luego de 45 minutos, partieron hacia los demás municipios. La tarde cayó rápidamente, Pedro y los demás seguían en su labor a capa y espada. De repente, de entre la multitud, un hombre de edad avanzada se acercó a Pedro Kumamoto y le dijo, cómo entre jadeos y con un nudo que le apretaba la garganta “Viéndolos a ustedes meter las manos al fuego, yo ya estoy listo para lo que sea”. Pedro le estrechó la mano. Sonrió y le agradeció con el rostro blando y una sonrisa que abarcaba todo su rostro. ·No lo vamos a defraudar, le dijo, para luego estrecharle de nuevo la mano e invitarlo a firmar.


Ya para las ocho de la noche regresaban a Guzmán, el recuento final. 750 firmas en una jornada. Un record, decían. A las diez de la noche regresaron al hotel, cenaron y comenzaron a compartir los resultado de su jornada. Para el día siguiente los esperaba de nuevo el Sur, con nuevas voces, cientos de historias y un país que recuperar.


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